Enrique Urquijo, te he echado de menos hoy
Cada 17 de Noviembre, fecha fatídica en
la que perdimos a un grande: Enrique Urquijo, le dedico mi recuerdo y mi
humilde homenaje. Ahora se cumplen catorce años (parece que fue ayer) que su
vida se truncó en una calle de Madrid, se quebró como un juguete roto por la
vida. Estaba solo, o quizás con una mala compañía, y a muchos se nos heló el
corazón al enterarnos. A todos aquellos que admirábamos su
música y la poesía de sus letras, a veces amargas como la vida misma,
impregnadas de soledad y amargura.
Esa misma que se extendió a quienes nos
estremecíamos con sus palabras musicadas en las tardes de cualquier otoño como
el que se lo llevó, quizás porque sentíamos lo mismo que él aunque nos faltaba
su creatividad, su sensibilidad a flor de piel. Hoy de nuevo volvemos a
estremecernos al recordarlo.
Canciones de amor pero especialmente de
desamor, de tristeza, llenas de poesía, de pasión salidas de lo más profundo
del ser humano, de esos terrenos que hoy apenas se atreven a pisar. Caricias
hechas canción, cataratas de emociones que te hacían SENTIR, así con
mayúsculas, y por eso al mismo tiempo vivir, cuando él estaba dejando de
hacerlo.
Ese terrible día volví a recordar a mi hermano
fallecido unos años antes y entendí que al perder a Enrique lo perdía de nuevo.
Mi hermano real, Javi, también músico, líder y compositor de un grupo de rock
que se pateó los locales de Madrid allá por final de los 70 y principios de los
80: RETALES. Por eso las veces que he coincidido con Álvaro Urquijo, la última
en un inmenso concierto en Vitoria, los dos han estado en el fondo de nuestra conversación…y de nuestros recuerdos.
Pero también me di cuenta que había perdido a un compañero de viaje en esto del vivir de manera especial, a un amigo aunque nunca crucé una palabra con él, porque solo lo conocí a través de su música y de las veces que fui a verle actuar. Alguien que entendía lo que he sentido muchas veces, y era capaz de transformarlo en letras, en canciones. Qué hermosa envidia sana!
De esas que a uno le habría gustado haber compuesto: “Volver a ser un niño”, “Cambio de planes”, “Quiero beber hasta perder el control”, “La calle del olvido” y tantas otras, porque además fue muy prolífico. Esas que forman parte ya de la banda sonora de mi vida, de la mía, y de una parte de aquella generación, aunque quizás nunca se hayan parado a pensar en ello. Ahora muchos jóvenes no lo conocen, quizás su música hoy suene a demasiado densa, quizás les atemorice porque activa sensaciones hoy casi desaparecidas. Pero como en todo se pierden un tesoro.
Siempre he soñado con ser cantante de un grupo de rock, en algunas ocasiones he bromeado con ser Bruce Dickinson líder de mis admirados Iron Maiden, con subir a cantar con ellos una de sus canciones. Quizás también con Enrique y mi hermano Javi haciéndonos los coros, como lo hicimos tantas veces en aquellos años gloriosos. Lo he vuelto a imaginar ahora cuando he escuchado de nuevo esa maravilla de “Aprendiendo a soñar”, aunque sea de Álvaro y Tena. Canciones que a diferencia de la mayor parte de las que suenan hoy, de “usar y tirar”, se mantienen vivas a lo largo del tiempo. De esas que te hacen soñar incluso imposibles como éste.
Enrique se nos fue, nos hemos quedado huérfanos del hermano músico, pero nos queda su obra esa que te hace despertar en medio de un mundo oscuro, gris y anodino, con la pena de no poder escucharle nuevas historias, nuevas melodías. Aún me acompañan en los viajes, o en las tardes de otoño como en la que escribo este artículo, y lo siento cerca, los siento cerca. Quizás ahora haya montado un grupo con otros ilustres como Antonio Vega o Antonio Flores y con mi hermano, con aquellos creadores de una generación cruel e injustamente machacada.
Quizás sigan componiendo juntos porque se hayan hecho amigos. Es probable que sean los que me animan a seguir luchando por ese tipo de música, incluso por esa manera de vivir con sentimientos activados, heterodoxos, indomables, libres, frente a la incomprensión de quienes sólo la valoran en función de los llenos que se consigan. El “éxito” por encima de la calidad, de la verdad. Aquellos que no tiemblan de emoción al escuchar “Una tarde gris”.
Mi “amigo” mi “compañero de viaje” Enrique Urquijo seguirá vivo mientas sigamos vivos los que aún escuchamos y somas capaces de sentir su música. Nos seguirá acompañando en nuestros bajones, en los momentos de penumbra, de pena o desamor, y nos levantará el ánimo, nos hará un poco más felices al comprender que no somos los únicos.
Como ya dije el día que conocí su muerte: ¡Qué pena que se vaya la buena gente y se queden los canallas! Ahora después de catorce años me reafirmo en ese comentario.
Enrique Urquijo, te recordamos, te echamos de menos, y quizás como tú decías: “seguimos siendo chavales ordinarios, que nos volvemos vulgares al bajarnos de cada escenario”. Cada uno de un tipo de escenario diferente.
El mejor homenaje que te podemos dedicar hoy es escucharte, saborearte despacio como te gustaba a ti. Ojalá las radios de nuestra gris y triste país lo tengan en cuenta y hagan programas especiales que lleven su música a las nuevas generaciones.
Descansa en paz Enrique Urquijo. Gracias por haber sido así.
No te conozco pero me gusta lo que cuentas de Enrique, del que yo desearía saber tantas cosas. Veo que hablas de tu hermano Javi, siento que en eso también coincido contigo, mi único hermano tambien murió con 35 años, quizás por eso dejé de cantar y escuchar canciones, quizás por eso a Enrique lo jabía tenido en una cripta hasta que un día en la ser oigo algo, escucho, recuerdo... Leo, veo y... Lloro y lloro sin parar, algo me ha pasado muy, muy extraño, pero no puedo parar de pensar en sus canciones tan bellas en cómo era de joven, cómo acabó y siento una mezcla de cariño, impotencia y -comodices- como que se me ha vuelto a morir un hermano.
ResponderEliminarSaludos