Trece años ya sin Enrique Urquijo



Cada año durante los últimos trece, todos los 17 de Noviembre, fecha de su muerte, le rindo mi humilde homenaje a mi querido y admirado Enrique. ëste es el del 2012 aunque sea con un día de retraso:

Era una fría noche de Noviembre (como en su canción "era una noche tan gris, como mi vida de antes") cuando Enrique Urquijo quedó tendido sin vida en una calle de Madrid. Estaba solo, o quizás con una mala compañía, y a muchos se nos heló el corazón al enterarnos. A todos aquellos que admirábamos su música y la poesía de sus letras, a veces amargas como la vida misma, impregnadas de soledad.

La misma que se extendió entre quienes nos estremecíamos con sus palabras musicadas en las tardes de cualquier otoño como el que se lo llevó. Nos quedábamos más solos aún quizás porque sentíamos lo mismo que él aunque nos faltara su creatividad, su sensibilidad a flor de piel.

Canciones de amor pero especialmente de desamor, de tristeza, llenas de poesía, salidas de lo más profundo del ser humano, de esos terrenos que hoy apenas se pisan. Caricias hechas canción, cataratas de emociones que te hacían sentir, SENTIR, así con mayúsculas, y por eso al mismo tiempo vivir, cuando él estaba dejando de hacerlo.

Hace poco en esa labor de espectador de los instantes en que me he convertido leí que le denominaban “cantor de las derrotas”. Quizás sea una buena definición, por eso cuando nos sentimos derrotados ya sea en el amor o en cualquier otra cosa que hagamos en esta puñetera vida, nos identificamos tanto con él.


Ese terrible 17 de Noviembre sentí que perdía a mi hermano por segunda vez, la primera había sido 7 años antes cuando nos dejó Javi, mi hermano real, también músico, líder y compositor de un grupo de rock que se pateó los locales de Madrid allá por los años 70 y 80. Por eso las veces que he coincidido con Álvaro Urquijo, los dos han estado en una parte importante de nuestra conversación…y de nuestros sentimientos.

Pero también me di cuenta que había perdido a un amigo, a un compañero de viaje en esto del vivir, aunque no lo conocí directamente, solo a través de su música y de las veces que fui a verle actuar. Alguien que entendía lo que he sentido muchas veces, y era capaz algo que yo era incapaz: transformarlo en canciones.

Canciones de esas que a uno le habría gustado haber compuesto: “Volver a ser un niño”, “Cambio de planes”, “Quiero beber hasta perder el control”, “La calle del olvido” y tantas otras, que forman parte de la banda sonora de mi vida. De la mía, y de una parte de aquella generación, aunque quizás nunca se hayan dado cuenta. Es una pena que la de ahora no sea capaz de entenderlas.

Siempre he soñado con ser cantante de un grupo de rock, lo hice con mi hermano Javi haciéndole los coros en su deambular por los garitos de Madrid con su grupo “Retales”, lo he vuelto a soñar ahora cuando he escuchado de nuevo esa maravilla de “Aprendiendo a soñar”, aunque sea de Álvaro y Tena. Canciones que a diferencia de la mayor parte de las que suenan hoy de “usar y tirar”, se mantienen vivas a lo largo del tiempo y que te hacen soñar incluso imposibles como éste.

Enrique se nos fue, nos hemos quedado sin el hermano músico pero nos queda su obra, esa que te hace despertar en medio de un mundo oscuro y anodino como el que nos toca sufrir, con la pena de no poder escucharle nuevas historias. Aún me acompañan en los viajes, o en las tardes de otoño como en la que escribo este artículo, y lo siento cerca. Quizás ahora haya montado un grupo con mi hermano y sus amigos, todos ellos de una generación cruel e injustamente machacada.

Quizás sigan componiendo juntos porque se hayan hecho amigos. Es probable que sean los que me animan a seguir luchando por ese tipo de música, frente a la incomprensión de quienes sólo valoran en función de los llenos en los conciertos. El “éxito” por encima de la calidad, de la verdad. Aquellos que no tiemblan de emoción al escuchar “Una tarde gris”.

Mi “amigo” Enrique Urquijo seguirá vivo mientas sigamos vivos los que escuchamos y sentimos su música, nos seguirá acompañando en nuestros bajones, en los momentos de depresión, de pena o desamor, y aunque parezca contradictorio nos levantará el ánimo, nos hará un poco más felices o menos infelices al hacernos comprender que no somos los únicos que sentimos así.

Enrique Urquijo, te recordamos, te echamos de menos, y quizás como tú decías: “seguimos siendo chavales ordinarios, que nos volvemos vulgares al bajarnos de cada escenario”. Cada uno de un tipo de escenario diferente.

El mejor homenaje que te podemos rendir hoy es escucharte y eso es lo que voy a hacer.

Descansa en paz Enrique Urquijo.
Este año también.


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