¿Amistad y política?


Artículo publicado en Publicoscopia el 1 Septiembre 2015

En los últimos tiempos al hilo de algunas rupturas sonadas, no amorosas sino que tienen que ver con amistadas arraigadas, sólidas, en el mundo de la política, puede dar lugar a una reflexión sobre lo que significa la manera de relación más importante y al mismo tiempo difícil de conseguir y mantener: la amistad.

¿Habrían roto su gran amistad Varoufakis y Tsipras, o Pablo Iglesias y Monedero y anteriormente Felipe González y Alfonso Guerra si no la hubieran llevado a la prueba de fuego de la política? Probablemente no.

Al hilo de ello cabe hacerse unas cuantas preguntas que merecen respuesta por separado. ¿Es posible la amistad en política? ¿Sería posible en el ámbito de la consecución de puestos institucionales que obligan a la toma de decisiones, o que ascienden el estatus de la persona afectada?

Conviene recordar aquí cómo define la RAE la amistad: “Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato”.

Afecto personal puro y desinteresado. ¿Es eso incompatible con la praxis política? Que nace y se fortalece con el trato. ¿Y esto lo es?

Parece que con la actividad política a secas parece relativamente fácil de mantener, especialmente si se milita en un mismo partido y en una misma trinchera. O sea, si se es de los “nuestros, nuestros”. De hecho los ejemplos anteriores lo consiguieron cimentando una fuerte relación amistosa durante un largo periodo de tiempo y además plagado de dificultades y en algún caso de sobresaltos hasta que accedieron al poder o llegaban a sus accesos.

Luego entonces cabe deducir que es cuando se accede a puestos institucionales cuando el peligro de quiebra de la amistad es mayor.

Normalmente una buena amistad se sustenta sobre la confianza, el cariño, la solidaridad en instantes difíciles, la honestidad y la coherencia. No se diferencia mucho por tanto del otro gran tipo de relación: el amor.

Que eso se ponga en peligro cuando una, o las dos partes, entran a formar parte de alguna institución significa ni más ni menos que algo en esas condiciones fallaba en origen y es precisamente al alcanzar una meta cuando la contradicción se pone de manifiesto. Puede faltar la confianza, la solidaridad, la honestidad, o el cariño, combinaciones varias de esas carencias, o todas al mismo tiempo. Es por tanto un engaño, alguien o los dos han estado engañando hasta que cae el velo y se descubre la verdadera faz.

Seguro que en esas quiebras hay una parte que sufre la decepción más que la otra, lo normal es que sea así. Por cierto, decepción, que gran palabra en cuya definición de nuevo encontramos la clave “pesar causado por un desengaño”. Otra vez el engaño de por medio.

Cuando el “otro” queda desnudo ante ti, cuando se descubre cómo es realmente ese desengaño produce un dolor intensísimo difícil de controlar. Te preguntas cómo es posible que haya podido cambiar tanto solo por acceder a un puesto, como si se pusiera de manifiesto la vieja dicotomía de Dr. Jekyll y Mr Hyde y acabas no reconociendo con quien tantas experiencias, buenas y malas, has compartido.

Si una persona por el mero hecho de acceder a un puesto es capaz de anular una amistad sólida, primero evidencia que no lo era (engaño) y segundo significa que no merecía ser amiga tuya.

¿Ocurre lo mismo en la vida normal, considerando que la actividad política no lo es? Puede ser que no, porque a veces la política despierta los peores instintos del ser humano y transforma una gran persona en un canalla, o a gentes brillantes en mediocres absolutos.

Lo que resulta evidente es que solo las amistades forjadas en el tiempo desde la generosidad, el cariño y el desinterés son las que pueden sobrevivir a un mundo tan peligroso y oscuro, el de la actividad política.

Vivir una con un grande de la política de nuestro país, lamentablemente fallecido cuando aún tenía mucho que decir: Enrique Curiel, demuestra que existe la esperanza. Él que podía aguantar a sus amigos en las dificultades, contraste de opiniones, incluso actuaciones irresponsables que no compartía, siempre con paciencia, generosidad, respeto y cariño, de manera didáctica, siempre, fuera vicesecretario del PCE, diputado, concejal de Madrid o senador. Todo un ejemplo, un lujo y una ventura para quienes como mi caso tuvimos la suerte de ser sus amigos. Aún le recuerdo, aún noto su ausencia, siempre lo haré luchando porque algún día se le haga el reconocimiento a su lucha por la paz, como constructor de puentes de convivencia.

Ahora le toca el turno a otra gran amiga, compañera de mil batallas en el PSOE, casi todas perdidas, Ainhoa Aznárez que ha tenido que abandonar sus filas para que se le reconociera el inmenso capital político que atesora nombrándola Presidenta del parlamento de Navarra representando a Podemos. Nuestra sólida amistad continúa.

Es una pena que solo sean excepciones, pero cruel como la vida misma. Ver a Tsipras y Varoufakis mirándose con cara de odio, o a Felipe y Alfonso despreciándose, produce un punto de desencanto y frustración.

No obstante hay que seguir confiando en que la amistad es posible en el ámbito político….incluso en las instituciones, porque aún hay gentes que merece la pena conservar como amigas a pesar de puntuales desencuentros. ¿Ingenuidad o confianza?

Fdo.: José Luis Úriz Iglesias (Afiliado al PSC viviendo en Navarra)

Villava-Atarrabia 31 Agosto 2015


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