Gero arte Villava-Atarrabia (Publicado en DEIA el 06-05-2011)



EN el tren, camino de Madrid para participar hace unos días en el homenaje a mi gran amigo Enrique Curiel, pensaba en ese libro que teníamos intención de escribir, conjuntamente, sobre nuestra actividad, aquí y allí, en el esfuerzo de alcanzar la paz. Pensando en él, en Enrique, en nuestra relación y nuestro libro, que no escribiremos ya conjuntamente, pensé también que una parte importante de mi parte estaría dedicada, cómo no, a Villava-Atarrabia, a doce años de labor institucional a nivel municipal que en el libro de mi vida dan para más de un capítulo. Doce años que se han acabado, el miércoles, con mi último pleno, emocionalmente tan intenso como la actividad de esos doce años.

Villava-Atarrabia siempre había sido para mí como el final del viaje por la vida, el lugar de mis ancestros, donde descansaría de una ajetreada actividad política y vivencial. Pero como se suele decir, la vida no siempre lleva por donde uno espera. Desde hace dos años Villava-Atarrabia también ha compartido mi espacio vital, emocional, con otro lugar: un pequeño pueblo de Catalunya.

Y no es sencillo porque han sido años intensos en todos los sentidos. En el negativo, porque hemos vivido momentos duros, desagradables, incluso con una gran dosis de violencia verbal y psicológica. Que alguien te llame “fascista” o “torturador” después de haber luchado contra el franquismo y haber sido detenido y torturado por su policía política, o que te invite a abandonar tu pueblo “antes de que sea peor” cuando caían compañeros y compañeras asesinados por la violencia terrorista, no es plato de buen gusto.

Llevar dos escoltas fruto de ese acoso, o que aparezcan pintadas, carteles, pancartas... incluso en el colegio de tu hijo con insultos y amenazas, tampoco. Mucho menos cuando se intenta también comprender y entender el sufrimiento de la otra orilla y sus análisis políticos desde la defensa del diálogo, a veces con la incomprensión de tus propios compañeros de partido.

Pero no solo han ocurrido situaciones negativas en ese espacio de tiempo. También y en especial en los ocho años de concejal delegado de cultura se han sucedido momentos agradables e incluso muy agradables y el privilegio de conocer a gentes muy interesantes en lo musical, literario, teatral o del mundo del cine, pero especialmente como personas. Con algunas aún conservo una buena amistad.

Pero, sobre todo, está la satisfacción de que gracias a un equipo impresionante, Villava-Atarrabia fue un referente cultural en Navarra e incluso fuera de Navarra. Años de esfuerzo, de mucho trabajo, pero que valió la pena. Años en los que con poco presupuesto pero mucha imaginación hicimos cosas impensables hasta ese momento en un pueblo tan pequeño.

En Atarrabia se queda una parte importante de esfuerzo, de doble esfuerzo: Por un lado, el intento de diálogo y comunicación entre diferentes incluso entre muy diferentes, una experiencia que servirá para aplicar el consenso siempre y en cualquier lugar. Por otro en un ámbito que me parece especialmente importante: el cultural.

Que por un pequeño pueblo de apenas diez mil habitantes hayan pasado Chucho y Bebo Valdés, Compay Segundo, Rosana, Los Secretos, Alaska, Marea, S.A., Benito Lertxundi, Los Van Van, Violadores del Verso, Narco, Hamlet, Quique González, Carlos Chaouen, Olga Román, Cristina Narea, Paco Cifuentes, Amancio Prada, Amelita Baltar, tres veces La Fura dels Baus, o los dos grandes homenajes a ese mítico grupo de rock que es Barricada, los ciclos de teatro, de magia, de danza, homenajes a la Coral o los Gigantes...

Se quedan también en Villava-Atarrabia amigos y amigas, referentes políticos y grandes personas con las que he estado codo con codo, amigos, grandes personas y referente políticos incluso desde la discrepancia, desde la derecha de UPN, pasando por el nacionalismo moderado y también en el radical, incluso en el seno de Batasuna, relaciones que a pesar de que en algún momento fueron de interés para dirigentes de mi partido (algún día se escribirá esa historia, esa parte de una misma historia), últimamente me han ocasionado algún que otro disgusto por la torpeza y miopía de quienes aún no entienden por dónde transitan los nuevos tiempos.

He aprendido mucho de esos años, de las gentes que se han cruzado en una experiencia que espero trasladar a mi nuevo destino, si la ciudadanía de Santa María de Martorelles, en el Vallés Oriental catalán, me da ocasión de ponerla a su servicio a través de sus votos el próximo 22 de mayo.Pero para ese último pleno en Villava-Atarrabia, dejo constancia, además de mi despedida, de dos temas que me han quedado, que me quedan, pendientes: la retirada de un símbolo religioso que no pinta nada en un salón de plenos y mi empeño en que una calle de Villava-Atarrabia esté dedicada a un grupo navarro de rock and roll; Barricada, quizás el más emblemático de nuestro país (que realizó allí sus conciertos de 20 y 25 aniversario), lo que supondría además un muestra palpable de que nuestro pueblo tiene un poso muy profundo en ese modo de hacer cultura.

Villava-Atarrabia, sus gentes, su ayuntamiento, quienes allí ejercen su labor política o simplemente profesional, tendrán para siempre un rincón especial en mi corazón y en mi memoria. Ahora sólo me refiero a mi experiencia política allí, tiempo habrá de referirme a la vivencial, aunque en buena lógica lo político y lo vivencial en mi caso van, han ido siempre, profundamente unidos.

Irme de Villava-Atarrabia es también una manera de alejarme de Navarra, de Euskadi, aunque no sea para siempre porque quedan muchos lazos familiares, efectivos, sentimentales, políticos... que obligan, atan, a su devenir, que llevan, también desde la distancia, a intentar aportar toda esa experiencia acumulada en estos largos años en la resolución de un conflicto que ya parece camina en la buena dirección.

Sólo es un “hasta luego” cargado de emoción y respeto.

Gero arte Villava-Atarrabia, Navarra, Euskadi.

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