La delgada línea roja….de sangre

Escribo estas líneas aún sobrecogido por el acto de apoyo a las víctimas, a todas las víctimas, del terrorismo celebrado en el Kursaal de Donostia. Resuenan en mi cerebro las palabras emocionantes, valientes, de Maixabel Lasa, o del guardia civil Leoncio Suarez, y la impresionante ovación con todo el Kursaal puesto en pie que se le ha dedicado. Algo está cambiando para que esto haya ocurrido.

Mientras escuchaba con atención las intervenciones recordaba que en alguna ocasión he hablado al referirme a la situación política en este “territorio comanche” de una espléndida película de Terrence Malick: “La delgada línea roja”.

Es una película de guerra, probablemente la mejor de la historia, pero que lleva un mensaje implícito, expresando como pocas el horror de la misma que convierte a los hombres en bestias, curiosamente en un entorno idílico que acaban destruyendo también.

Desde su estreno su título se utiliza como imagen del límite permisible en la actividad humana. La delgada línea roja que nunca se debe cruzar. Esa que separa al hombre de esa bestia que lleva dentro, igual que en la obra de Hermann Hesse “El lobo estepario”.

Como lo que está ocurriendo en nuestro entorno, también idílico e igualmente con la bestia dispuesta a destruirlo, a destruirnos. El criminal atentado de Legutiano nos hace recordar, y reflexionar de nuevo sobre todos los conceptos que se vierten en la película de Malick.
¿Cómo es posible que existan seres que cometan estas atrocidades? ¿Cómo es posible que existan seres que las ordenen, las diseñen, colaboren para realizarlas? ¿Cómo es posible que existan seres que no sean capaces de condenarlas, de reprobarlas, o simplemente de mostrar su desacuerdo?

En Legutiano se intentó asesinar a todas las personas, incluidos los niños, que estaban dentro de ese edificio. Conscientemente, como reflejo indiscutible de la maldad humana. De la maldad de ciertos humanos.

Reconozco que esta situación rompe en mil pedazos algunas de mis tesis sobre la resolución del “conflicto”. Me deja perplejo y aturdido, siendo como es lluvia sobre mojado, porque hace apenas unas semanas el asesinato de mi compañero Isaías Carrasco produjo ya un efecto parecido. Entonces, como cuando el atentado de la T4 la delgada línea roja estaba ampliamente cruzada por ETA, pero cada vez con elementos cualitativos nuevos. Asesinar un ex concejal, alguien que había dejado las trincheras de la política activa, o intentar asesinar a niños. ¿Cuál será la próxima? ¿Quizás el Omagh español? Cuanto más se alejan de esa línea más difícil tienen el retorno. Y cuanto más lejos están más difícil resulta hablar con ellos. Salvo que la crucemos para perseguirlos y combatirlos con sus mismas “armas”.

Pero no podemos, ni debemos olvidar que estas salvajadas las realizan personas con las que nos podemos cruzar por las calles de nuestros pueblos, al igual que lo hacemos con sus cómplices, o con los cobardes que no son capaces de denunciarlo. Como en la película de Malick su “guerra” mata la bondad que existe en cada uno de ellos, hace aflorar lo peor de cada individuo, el mal en estado puro.

Eso es lo que más me horroriza. La parte humana del este “conflicto”.

¿Es posible acabar con él de una manera que no sea igualmente cruel? Antes pensaba que sí. Creía en el diálogo entre muy diferentes, en la negociación civilizada como solución a los conflictos, en los puentes. Pero cada atentado, cada crimen, cada manifestación de la locura de esta estúpida guerra, me produce una mayor decepción, una profunda frustración, que van minando mis principios básicos.

Me resisto a cruzar mi propia línea roja, a teorizar sobre que a la bestia sólo se le puede combatir como bestia, porque volviendo a la película el mensaje que nos trasmite es que en las guerras no se distingue entre los dos bandos, ambos son iguales, ambos sufren, por ambos se siente angustia.

Pasaran los días y se mitigaran las sensaciones. Iremos olvidando la salvajada de Legutiano hasta la próxima, que posiblemente será aún más cruel. Olvidaremos a Juan Manuel Piñuel, como hemos ido olvidando a Isaías Carrasco. Pero lo que nunca, nunca debemos olvidar es el mensaje de la obra de arte de Malick: jamás traspasemos la delgada línea roja.

Volveremos a defender, con la incomprensión de muchos, quizás más escépticos y menos entusiastas, que esta locura hay que terminarla desde la construcción de puentes y no dinamitándolos. Desde el diálogo, y no desde la confrontación. Desde la negociación, no desde la imposición.

Pero eso será otro día.Fdo.: José Luis Úriz Iglesias

Comentarios

  1. Hola José Luis,

    Ante todo, bienvenido al mundo de los blogs…

    Desgraciadamente, ya hace tiempo que se pasó esa delgada línea roja. La violencia no tiene justificación alguna. El terror no tiene justificación alguna. Matar inocentes no tiene justificación alguna. Simplemente, matar no tiene sentido alguno.

    De hecho, sólo aquellos/as que son incapaces de defender sus ideas de otra manera, encuentran justificación en la violencia y en el terror. Tal vez porque ni ellos mismos creen en las “razones” que les llevan a matar. Simplemente asesinan, y cuando lo hacen no se plantean, ni se cuestionan por qué lo hacen, tal vez porque se sorprenderían a si mismos/as al no obtener respuesta alguna, y para ell@s sus vidas perderían sentido…

    Juan Manuel, Isaías, y muchos más que antes que ellos han sufrido el sinsentido de la violencia salvaje e injustificable, no quedan en el olvido. Están en el recuerdo de todos, aunque no en el presente, ya que los medios de comunicación se alimentan de las desgracias de actualidad y no de las del pasado. Siguen estando ahí, sin ser olvidados.

    No importa si somos de derechas o de izquierdas, no importa qué nacionalidad tengamos, no importa por qué ideas luchemos. Las personas de bien guardan el recuerdo en sus corazones. Un recuerdo que no debe ser utilizado de forma partidista y con fines nada claros, para enfrentar a personas con personas…, un recuerdo que nos deber servir a todos y a todas para luchar sin desfallecer por el diálogo, por la convivencia y por la paz.

    Porque yo creo, y además estoy convencido de ello, que un final dialogado todavía es posible. Que de hecho nunca será tarde para conseguir esa paz tan deseada por todos/as los/as demócratas que luchan por las libertades…

    Un abrazo.
    Jordi Sancho (Pineda de Mar)

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