De Música y/o política
Artículo publicado en Navarra Información el 14 Marzo 2017
Corren malos tiempos para la lírica.
Corren malos tiempos para demasiadas cosas, también para la política, o al
menos para la política entendida como la entendían los clásicos. Como proyecto
de vocación vital, de caminos recorridos, de larga y dilatada militancia en
ideas, de reflexión profunda sobre el destino del hombre, siempre desarrollada
desde la ética. En esta época que nos toca sufrir la actividad política se
parece cada vez menos a esa definición y se asemeja más a los programas basura
de televisión.
Competencia desleal, traición, exclusión
total de la ética, de la pluralidad, o de la solidaridad, plataforma para
alcanzar metas personales nada recomendables, para medrar, trepar, y aprovechar
la lucha y el esfuerzo de los demás. Nada que ver con esa idea entre
revolucionaria y solidaria, de los idealistas de otros tiempos. Ahora la
política es un lugar en el que es difícil vivir, desenvolverse, con la herencia
vivencial del 68 ahora que se van a cumplir 50 años. Se persigue al diferente
porque se le teme, no permitiendo la heterodoxia, primando la lealtad al líder
antes que a las ideas, incluso entre los partidos que se consideran nuevos,
emergentes como Podemos o Ciudadanos.
No se permite la imaginación, ni explorar
o experimentar nuevas ideas, porque eso pone en peligro una estructura obsoleta
y esclerotizada. Las direcciones de los partidos se llenan de cretinos
mediocres inmersos en la ignorancia, sin ninguna capacidad autocrítica, sin
ningún interés en profundizar en esas ideas, dispuestos a alcanzar cotas de
poder, ya sean interno o externo, a cualquier precio, incluso vendiendo su alma
al diablo. Gentes sin escrúpulos, desideologizadas que valen igual para un
"roto que para un descosido", o sea que pueden estar con la misma
comodidad en Podemos que en el PP.
¿Será eso lo que Fukuyama definió como el
"final de las ideologías"? Se podrá decir que es una opinión
excesivamente pesimista, pero es el resultado de una experiencia negativa en
los últimos tiempos, incluso desde una visión relajada y exenta de elementos
inmediatos. Un "territorio comanche" del que entran unas ganas
inmensas de alejarse a toda velocidad.
Hacer esta reflexión y después sumergirse
en un concierto de rock o jazz hace que de inmediato surja la comparativa.
Música y política, o política y música. Produce un inmenso placer que a través
de la actividad política se pueda llegar a la música, es más, la política
debiera impulsarla, debería estar impregnada en ella. Desde las instituciones,
sean ayuntamientos o Comunidades Autónomas se debiera fortalecer esa relación.
Porque eso permite conocer a músicos y
músicas de una manera más directa que la de asistir a un concierto o escuchar
sus discos, por cierto comprados en una tienda como se debe hacer. Creadores
ilusionados con lo que hacen, gentes que "pelean a la contra" en un
mundo que sólo se promociona e impulsa la música de usar y tirar tipo
"triunfitos", o la que suena en las grandes cadenas musicales. Como
si fuera de eso no hubiera un mundo lleno de riqueza, de sensibilidad, de buena
música y mejores músicos.
Artistas a los que o se promociona y ayuda
desde los poderes públicos, o no saldrán de los pequeños conciertos hasta que
la presión de sus necesidades económicas los haga acabar entre la generalidad,
perdiéndose en la mayoría de los casos creadores como la copa de un pino.
Gentes como Pancho Varona, Antonio García
de Diego, los ángeles guardianes del gran Joaquín Sabina, pero al mismo tiempo
autores de canciones que ya forman parte de la banda sonora de aquellos que
apreciamos la buena música. También jóvenes talentos como Paco Cifuentes, Rafa
Pons, Andrés Suarez, o María Rozalén que se añaden a otros ya consolidados,
Quique González, Carlos Chaouen, Olga Román, Álvaro Urquijo, Kutxi o Cristina
Narea.
Buena gente con corazones limpios y mente
clara, llenos de sensibilidad e idealismo, quizás aquel que se quedó hecho
jirones en mil batallas políticas, y que se puede recuperar a su lado. Gentes
con las que poder pasar agradables veladas, güisqui en mano, llenas de
conversaciones sobre música, sobre amores y desamores, pero también sobre
política, sociedad, o simplemente intercambiando experiencias y sentimientos.
Siempre con una sensación de paz y
tranquilidad, y un deseo inmenso de apoyarles, de ayudarles, para que su
música, sus letras, sus ideas, su sensibilidad puedan ser más conocidas. Corren
malos tiempos para la lírica, y también para ésta música. Es curioso que
precisamente esa forma de ayudarles pueda y deba ser a través de esa política a
la que tanto he criticado al principio.
Una política que por cierto a veces les
castiga a través del Torquemada de turno, en un país demasiado impregnado
todavía de la Santa Inquisición. Así le pasó a Soziedad Alkoholika, a Berri
Txarrak, recientemente a Def con Dos y otros, el poder contra el rock, la
censura contra la libertad de expresión.
Quizá sea ésa una de las formas de
redimirla y conseguir que cumpla su labor social; colaborando para que esos
creadores, sean del mundo de la música, del teatro, cine, o literatura, puedan
tener su espacio para desarrollarse. Esa puede ser una forma de recuperar la
confianza en una actividad cada vez más alejada de las vivencias sociales.
Política y música, cruz y cara, negro y
blanco, oscuridad y luz. ¿Quizá muerte y vida, aunque sólo sea al nivel de los
sentimientos? ¿O pasado y futuro? Quizás habría que terminar estas reflexiones
con la sensación de que como decía Dylan: "la respuesta está en el
viento". En el viento de la música quizás esté la respuesta a la política
del futuro. Carpe diem.
Fdo.: José Luis Úriz Iglesias (Afiliado al
PSC viviendo en Navarra)
Villava-Atarrabia 13 Marzo 2017
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