Por la libertad de pensamiento. Por la lealtad a las ideas.


Llevo más de cuarenta años en política. Suelo decir que “estoy en la política, no soy un político”, porque para serlo, al menos para serlo bueno, debería tener condiciones que no poseo. Carezco de disciplina cuando se trata de obedecer directrices que considero injustas, digo lo que pienso sin pensar lo que digo, al contrario del manual oficial, no reconozco autoridad de quien no la tiene desde el punto de vista intelectual, pienso por mí mismo cuestionando libremente los dogmas, vengan éstos de donde vengan, lucho por la libertad de pensamiento, de expresión, no soy leal de manera incondicional al líder, lo soy a los ideales. Por si fueran pocos desmanes éstos estoy a favor del diálogo entre diferentes, incluso entre muy diferentes, y me considero de izquierdas, libre pensador, republicano, no creyente, poco controlable, lo que se denomina un pelín anarquista.

Vamos que soy una joya, al menos para militar en partidos de ahora, que siguen con los tics del siglo XIX sin haberse enterado que ya estamos en el XXI. No me extraña que los ciudadanos nos consideren un problema, casi un peligro.

Hace unos meses conocí a una persona de mis características. Como no es habitual he hecho con él una buena amistad que espero profundizar en el futuro. Él tenía un problema añadido al mío: era alcalde de una gran población, y eso además de molestar, de inquietar al poder establecido, supone un verdadero incordio para ellos, especialmente la falta de control, la independencia de criterio y de pensamiento les asusta.

Por eso como se dice en el argot coloquial se lo querían “cargar”. Y lo han conseguido, amparándose, sospecho que con malas artes, en un sumario endeble como es el denominado “caso Pretoria”.

No sé que ha pasado en concreto en ese “caso”, lo que sí sé es que las personas honestas se las ve sólo con una mirada, y ésta persona lo es. Está muy claro que es honesto.

Entonces: ¿por qué quitarse de en medio? Pues porque la gente honesta aguanta menos la presión que la que no lo es. Le pasó a Josep Borrell hace años, y vuelve a ocurrir ahora.

He intentado convencerlo, al igual que los que le rodean, para que no lo hiciera, porque eso le suponía quedarse indefenso bajo los caballos. Esos a los que algunos le han empujado sin piedad, con inmundicia. Me dan asco, desprecio profundamente a ese tipo de dirigentes políticos a los que no importa un carajo las consecuencias de sus acciones. Aquellos para los que los militantes somos sólo un número, una pieza de su macabro ajedrez. Desde aquí les escupo en la cara. Algún día la inmensa mayoría reaccionaremos, haremos una revolución interna pacífica y democrática y les echaremos a patadas. Ese día recuperaremos la credibilidad social perdida. Prometo dedicar todo mi esfuerzo en ese empeño hasta el final de mis días, porque no pienso abandonar el barco, que es mucho más mío, nuestro que suyo.

No lo he conseguido y por eso se va. Se va de su cargo de alcalde, pero tengo la sensación de que eso le va a dar más impulso, más libertad para seguir luchando por un PSOE más fuerte, más de izquierdas, más leal a las ideas socialistas. Ahí nos veremos codo con codo.

Pero ahora necesita apoyo, solidaridad, y al menos tiene la mía. Y los culpables mi intención de combatirles allí donde estén, tengan el poder que tengan. Ojala muchos y muchas de los que ahora están indignados con lo ocurrido se sumen en esta batalla por la dignificación de la política. Debemos de organizarnos, porque somos más, mejores y encima tenemos razón. Organizarnos para la realización de actos que pueden empezar siendo lúdicos, pero que con el tiempo se transformarán en políticos. Así se hace la historia de ciertas revoluciones, y ¿por qué no pensar que éste es el inicio de una de ellas?

Por cierto, la persona a la que va dirigido mi apoyo, mi cariño, y mi solidaridad se llama César Arrizabalaga y aún es alcalde de Montcada i Reixac un pueblo de Catalunya. Pero se extiende a todas las mujeres, a todos los hombres que son libres, que se expresan y manifiestan libres desde la lealtad suprema a sus ideas, a las ideas de la izquierda y el progreso. A todas ellas van diridas estas reflexiones.

Aupa Cesar! Estamos contigo.

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