Nos ha dejado mi amigo Enrique Curiel





Esta madrugada ha fallecido un gran político, un gran amigo: Enrique Curiel. Su figura se engrandece desde la perspectiva de lucha anti franquista; aún recuerdo esa cabecera de la manifestación que en el campus universitario de Madrid encabezó él acompañando a su entonces mentor, otro Enrique, Tierno Galván.

Luego su larga militancia en el PCE, allí le conocí, sus tensiones con Carrillo, la creación de la Fundación Europa, donde nuestra amistad se fue consolidando, y su marcha al PSOE.

Desde estas líneas mi pequeño homenaje, mi reconocimiento, mi cariño y respeto. He aprendido mucho a su lado, incluso con las broncas que me echaba por mi excesiva vehemencia que me hacía cometer errores. He aprendido sobre todo a respetar a un político como ya no existen hoy en día, inteligente, reflexivo, sensato, de izquierdas de los de verdad, no de esos de diseño que ahora crecen como hongos por los que sentía un profunda desprecio y sobre todo una excelente persona llena de humanidad.

Pero quiero resaltar especialmente su trabajo por la paz, por el diálogo entre diferentes e incluso entre muy diferentes. Algún día se escribirá esa historia, su historia, esa que he vivido con él en primera persona. Cuantas veces habíamos comentado escribirla conjuntamente, ahora se va sin terminarla pero al menos quiero dejar constancia de ese esfuerzo que espero reconozcan quienes desde los diferentes lugares de la política tienen constancia de él. Los de un lado y otro de las orillas de este río de aguas cada vez menos turbulentas en el que él se empeñó en construir puentes por los que poder comunicarnos.

Nos deja su legado, especialmente sus numerosos escritos sobre el “problema vasco”, realizados con lucidez, audacia (no siempre comprendida) y generosidad, mucha generosidad, ésa que tanto necesitamos.

Ahora era su momento. Me consta que sabía que éste es el momento de la paz. Por eso cuando llegue, aunque no esté, le deberemos mucho a su trabajo para conseguirla.

Adiós Enrique, amigo y compañero, adiós con el profundo dolor que me produce tu marcha. Pero no te inquietes allí donde estés, porque tu bandera, la bandera de la paz, no quedará huérfana. Otros la recogemos para hacer que no te olviden.

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