¿Cómo debería ser nuestra sociedad después del coronavirus?
Existe
la sensación de que hasta apenas unas horas la población de este país (ponga
aquí cada cual lo que desee), no había tomado conciencia de la gravedad de la
pandemia de coronavirus que asola el mundo.
Hay
teorías que lo achacan al carácter propio de los latinos; italianos, españoles,
sudamericanos, muy dados a ignorar el peligro y con costumbres de proximidad
personal y vivencia al aire libre que no se dan en otros lugares, que favorecen
la expansión de este virus.
Puede
ser que esta crisis, además de pillarnos desprevenidos, haya puesto de relieve
lo mejor y lo peor del ser humano.
Así
hemos apreciado la inmensa labor solidaria de un personal sanitario, cuyo
esfuerzo resulta difícil de compensar, más allá de nuestro agradecimiento
expresado gráficamente en el sonoro y colectivo aplauso, que el pasado sábado
resonó a las 10 de la noche en las calles de nuestros pueblos y ciudades.
Quizás
ese esfuerzo, en muchos casos sobrehumano, sea el elemento más positivo que
podemos sacar de estas semanas, aunque también han aparecido comportamientos
que sacan a la luz lo peor de nosotros mismos.
Comenzando
por actitudes irresponsables de quienes, y son muchos, no se tomaron en serio
el peligro que autoridades, médicos y científicos estaban trasladando desde los
diferentes medios de comunicación.
La
salida en manada desde Madrid, epicentro de la epidemia aquí, de miles de
ciudadanos que interpretaron las medidas que se comenzaban a tomar como unas
vacaciones a las costas, probablemente haya permitido que el virus se haya
extendido con una mayor facilidad.
¿Se
tenía que haber cerrado Madrid antes? ¿Se tenía más allá en el tiempo que haber
cerrado la comunicación con Italia? ¿Y con China?
Probablemente,
pero no sirve de nada planteárselo a “balón pasado”, salvo para que tomemos
nota de lo errado y poder corregirlo en el futuro.
Tampoco
fue demasiado edificante observar el viernes los bares de mi pueblo llenos
hasta los topes, o cuadrillas de jóvenes en manada aprovechando las
“vacaciones” en colegios e institutos.
Les
comenté a un grupo de ellos que no deberían estar por la calle en grupo. La
respuesta fue indicativo que su irresponsabilidad: “no nos importa
contagiarnos”. Vale, se puede tener comportamientos suicidas propios de la
edad, pero el problema chaval es que con tu insensatez me pones en peligro a mí que pertenezco a un grupo vulnerable. Es
mejor no contar su respuesta.
Hoy
las cosas han cambiado de forma radical, quizás porque la intervención del Presidente
del Gobierno haya metido el miedo al común de los mortales. Miedo al contagio
que no a contagiar, pero especialmente miedo a las consecuencias de infringir
las normas.
El
caso es que esta mañana de domingo aún soleado domina el silencio, la ausencia
de esa tortura que significa el ruido. Las manadas ruidosas de niños y jóvenes
han desaparecido, al igual que se han vaciado bares, playas, lugares de ocio,
calles de coches, incluso en algunos lugares las fábricas.
Como
consecuencia además de la casi desaparición del molesto ruido, la disminución
de contaminación atmosférica en todo el planeta, la ausencia de gamberros
británicos por las calles de Mallorca, más un elemento importante, la sanidad
pública, ejemplar durante estas semanas, ha absorbido, como debe ser, la
privada.
¿Cuánto
de responsabilidad en lo ocurrido en Madrid ha tenido el trasvase erróneo de lo
público hacia lo privado?
Al
hilo de eso una reflexión; podría ocurrir que el próximo foco de la epidemia
aparezca en EE.UU. con una sanidad pública muy debilitada y en algunos
segmentos de la sociedad inexistente.
Gentes
que aquí al manifestarse los primeros síntomas recurren a la red sanitaria allí
no pueden al carecer de prestaciones, lo que puede estar dando lugar a una
extensión silenciosa pero brutal. Paradojas de la vida, es probable que las
medidas restrictivas tomadas por Trump nos hayan hecho un favor.
Por
último también la globalización se va a poner en entredicho después de esta
tempestad. Que existan fábricas paralizadas por falta de piezas fundamentales
en la cadena de fabricación, al haber primado el abaratamiento de los precios a
la distancia de los lugares de proveedores, debe cuestionar ese sistema.
Quizás
el futuro pase justo por lo contrario, que la VW tenga sus suministradores esenciales
en el polígono de Landaben de Pamplona aunque resulten más costosos y no en
China más baratos.
En el
aspecto político igualmente luces y sombras, algunas negras, negrísimas.
El
comportamiento de Pablo Casado líder del PP dista mucho de ser el que esta
situación límite necesita. Lejos de adoptar posiciones generosas de estadista
al que lo que le importa es la situación del país y la salud de su ciudadanía,
camina por veredas partidistas y electoralistas intentando sacando un rédito espurio
a las dificultades del gobierno.
Probablemente
Pedro Sánchez y su gobierno hayan cometido errores. ¿Quién en esta situación
límite no los cometería? Quizás jamás se debió permitir las manifestaciones del
8-M, o se debió cerrar Madrid a cal y canto al detectarse el incremento
exponencial de los casos de coronavirus.
No se
hizo, pero ahora no toca echar en cara, toca remar todos con el máximo esfuerzo
en la misma dirección, para salir con la mayor rapidez de la tormenta perfecta
en la que estamos sumidos.
Mención
aparte merece el diferente comportamiento de los dirigentes de Euskadi y
Catalunya.
Mientras
Íñigo Urkullu desde la crítica responsable a la declaración de Estado de Alarma
ha adoptado una posición de colaboración institucional, Quim Torra de una
manera oportunista ha intentado aprovechar la grave situación para insistir en
sus imposibles demandas.
El
tuit, posteriormente eliminado, de la ahora eurodiputada de Junts per Catalunya
Clara Ponsatí indicando “De Madrid al cielo” demuestra una vez más la deriva de
un sector del independentismo que aún no se ha enterado de que el coronavirus
afecta a toda la población, piense lo que piense, independentista o no,
catalana, andaluza, o navarra.
Todo
lo que está mal es propenso a empeorar y el binomio coronavirus-conflicto
catalán no va a ser una excepción. Mientras ciertos políticos, entre los que se
encuentran paradójicamente gentes tan diversas como Casado, Abascal, o
Puigdemont, se dediquen a ziriquear en lugar de ayudar cada vez lo tendremos
más complicado.
Como
resumen final habrá por tanto un antes y un después del COVID 19, en lo
sanitario, en lo político, en la estructura industrial y económica y lo que
debería ser más importante, en el comportamiento social e individual.
¿El
mundo sin ruidos, sin contaminación, con políticos estadistas, sin jóvenes o
turistas irresponsables, con proximidad de los suministros, sanidad pública más
potente, comportamientos más solidarios y colectivos, las madres y padres
dedicados al cuidado y educación solidaria de sus hijos, etc. debería ser el
futuro?
Probablemente
sí, sería lo que de bueno nos deje esta pandemia. Al menos debemos reflexionar
sobre ello.
Veremos……….
Fdo.:
José Luis Úriz Iglesias (Ex parlamentario y concejal de PSN-PSOE)
Villava-Atarrabia
15 Marzo 2020
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