Truman, emoción, emoción, emoción.


Acabo de ver una de esas pocas películas que te dejan impactado, es una pequeña pero sublime obra de arte, muy bien dirigida por Cesc Gay con una inmensa interpretación  de Javier Cámara y un Ricardo Darín que simplemente se sale.

Ver cine es como ir a la búsqueda del Santo Grial, conoces lugares bellos pero parece que nunca lo alcanzas. El cine es como el resto del arte, depende de las emociones que te despierte y es ahí, precisamente en esas emociones en esos lugares recónditos de tu alma donde puedes descubrir ese tesoro que parece inalcanzable.

Esta tarde yo lo he hecho, he llegado al súmmum del goce viéndola. No sé si es correcto hablar de orgasmos cuando lo haces sobre cine, pero hoy lo he tenido y grandioso viendo Truman.

Las películas hay que valorarlas por el grado de emociones que te despiertan y las emociones significan goce y el goce lleva al orgasmo. Truman te hace sentir todo tipo de sensaciones, te secuestra del mundo, te lleva a viajar por ellas a medida que Tomás y Julián exploran todas las relaciones posibles en la vida, pero sobre todo, por encima de todas ellas la amistad.

Esa manifestación del amor que precisamente por serlo produce pudor, recelo, porque vivimos en un mundo hostil para las emociones. Amistad, de recorrido vital precisamente cuando uno de ellos se está despidiendo de la vida, a su manera, un tipo valiente, heterodoxo, raro como todo lo que se sale de la vulgaridad de lo establecido. Julián es como le dice Tomás, una especie en vías de extinción a la que quizás debiéramos proteger. Alguien al que aprendes a querer, a respetar a lo largo de esos 108 minutos que transcurren a una velocidad inaudita.

Es el papel de su vida de un Ricardo Darin en la cúspide de su capacidad interpretativa, quizás uno de los tres o cuatro mejores acores de la actualidad a nivel mundial. Sus miradas, sus gestos, sus silencios, su inseguridad ante una muerte anunciada, pero al mismo también su determinación, su valentía a la hora de enfrentarse a ella. Incluso su posición atípica que le lleva a programar su propio funeral en una escena esperpéntica pero totalmente creíble.

Enfrente, o mejor dicho al lado, un Javier Cámara que borda el papel de amigo paciente, sutil, amable, solidario, paciente con las excentricidades de su amigo, pero consciente de su deuda con él. Viene a despedirse y lo hace con una gran dignidad, con un cariño y una entrega absolutos.

Emoción sin acción, apenas la hay no hace falta, emoción profunda que ha conseguido un pequeño milagro, hacerme llora con un nudo en la garganta, especialmente en tres escenas, el abrazo cómplice, aunque él no lo sepa, de su hijo, la despedida en la que el amigo le deja su máximo tesoro, Truman (de ahí el típula), un perro bondadoso, dócil, tan mayor como el dueño y cuando en el hotel se produce esa manera de hacer el amor alejada de los cánones establecidos que te hace identificarte con ellos hasta casi vivirlo en directo………

Pero no es una película dramática, no lo es, el humor sutil, inteligente, la ironía están muy presente, incluso la emoción, las lágrimas furtivas se mezcla con sonrisas cómplices.

Me gustaría saber trasladar mejor las sensaciones, las profundas sensaciones que me ha hecho experimentar esta gran película y que aún ahora horas después experimento, pero no sé, lo único que os pido es que la veáis, os dejéis atrapar por ella y no controléis vuestros sentimientos, incluso cuando las lágrimas os asomen como a mí en los ojos. Os aseguro que es bueno y saludable.


Ufff, aún me estoy secando los ojos…

Comentarios

  1. Pues.... me has despertado las ganas de verla. Miraré si por aquí la ponen e iré al cine. Gracias José Luis Úriz por tu recomendación.

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  2. Lo has explicado perfectamente, José Luis. Yo la vi hace algunas semanas y también me impacto. UN abrazo.

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