"AMOR" dura, dolorosa, incómoda y también sensible, tierna, emocionante.



Egun on, buenos días, bon dia, aunque el insomnio ataque de nuevo quizás por efecto de la preciosa luna que ayer inundaba con su luz mi habitación. A la tarde vi una de esas películas que a uno se le quedan grabadas para siempre, pero que necesita digerir en el tiempo, no es de las típicas de eso tan de moda de “usar y tirar”, es profunda, compleja como la vida, dura, estremecedora a veces, incómoda y descarnada pero al mismo tiempo sensible, profundamente emocionante. Esta es al menos mi clave, las películas, como todo en esta época de mi vida, no solo las valoro por su calidad, por la destreza del director, o los actores, sino especialmente y por encima de cualquier otra cosa porque lleguen a emocionarme, a impactarme, a despertar sentimientos y sensaciones.

“AMOR” de Michael Heneke lo logró ayer, como el día anterior  “La pianista” aunque esta por motivos bien diferentes. Es una película que puede gustar mucho, como en mi casi y nada hasta el aburrimiento, no tiene término medio lo que es otro valor añadido, porque significa que no resulta indiferente. Ya se sabe que lo más cruel es pasar desapercibida, generar indiferencia.
 

Ver AMOR es de esas experiencias que recomiendo para saber si uno se encuentra vivo, o si como la mayoría de nuestra sociedad camina como zombies por este largo y tortuoso camino. Ayer yo me sentí vivo, profundamente vivo, generó dolor, me situó frente al espejo de lo que se nos viene encima, el deterioro de la edad, el valor de la solidaridad hoy tan abandonada, la pareja sólida de los ancianos en un mundo en el que ésta se encuentra tan endeble, pero por encima de todo, inundando cada imagen, cada diálogo y especialmente cada silencio (los hay muchos e intensos) está el AMOR, así con mayúsculas, dominante, triunfante ante tanto desasosiego. El profundo amor que se veneran ambos protagonistas, pero en especial el que sale a borbotones de George hacia una deteriorada Anne, el amor de su vida y el de su muerte.

Contrasta la delicadeza, la dulzura de ese amor con el amor que se lleva hoy en día, por eso Haneke como intentando mostrarnos ese contraste introduce una escena brutal: la joven enfermera, maltratadora de enfermos, maleducada, incapaz de entender cuál es su papel diciéndole “que te jodan viejo gilipoyas”. Esa es la juventud que tenemos y Haneke la sitúa frente a la generación de George y Anna de manera brutal contundente.

Existen escenas simplemente geniales y algunas profundamente emotivas, la que finaliza la película, el epitafio de George ante una Anne que al fin descansa, el intento de coger la paloma, el instante del sueño con Anne tocando sutilmente el piano, pero hay una que a mí me emocionó especialmente, esa que me hizo asomar más de una lágrima en mis resecos ojos: cuando ella en la cama y el sentado en su borde frente a ella, hablando de cualquier nimiedad, Anne coge su mano con profunda ternura, su mirada, sus miradas expresan todo el amor que les une. No solo me emocionó, realmente sentí envidia y soñé también que mis últimos instantes serían de una manera parecida, frente a mi amada y cogiéndonos las manos.
 

En fin…..una película para ver, bueno….para ver como decía un crítico que leí ayer: “Quedan avisados. Quien espere encontrar en el filme de Haneke un romance crepuscular lleno de nostálgicas sensaciones, un amor marchito que rescata el aroma de antaño ante el ocaso de la vida, se dará de bruces con una brutal y demoledora historia. O quizá no. Puede que el amor que nos muestra Haneke sea precisamente la esencia de ese sentimiento, lo que queda cuando se le ha desnudado de todos accesorios que lo envuelven ya sea en forma de irrefrenable pasión o de edulcorada ternura. Puede que el verdadero amor sea como este: excepcional, lacerante y descarnado.”

AMOR……….sí AMOR.

 

 

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